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El escorzo es un recurso de la pintura, del dibujo y de la fotografía que se utiliza para dar la sensación de profundidad. El término escorzo, proveniente del italiano scorciare,[1] y se utiliza para hacer referencia a un cuerpo no simplificado[1] en posición oblicua o perpendicular al nivel visual. El efecto existe en todos los cuerpos con volumen. Otra condición para que se perciba la profundidad es que no deben quedar partes ocultas ni cortes que eliminen la continuidad del cuerpo.[1]
Hay escorzo cuando la proyección de un objeto no es ortogonal y se produce una contracción proyectiva. Ejemplos de esto son la Lamentación sobre Cristo muerto, de Andrea Mantegna, y la Sonrisa, de Aleksandr Ródchenko. Según Rudolf Arnheim, también hay escorzo cuando, aun existiendo proyección ortogonal, la imagen no ofrece un aspecto característico de la totalidad. Arnheim dice que, en realidad, toda proyección implica escorzo, ya que todas las partes de un objeto representado sufren una deformación de sus proporciones al ser trasladadas de su forma tridimensional al plano bidimensional.
Por ejemplo, un escorzo de la figura humana sería aquella parte del cuerpo que fuese en dirección al espectador. El escorzo de una mano consistiría en dibujarla o esculpirla de manera que la palma se mostrase en paralelo al suelo, a fin de que el espectador solo pudiera observar de ella la punta de los dedos.
El escorzo comenzó a utilizarse con frecuencia en el arte a partir de la época helenística (313 a. C.), y dejó de utilizarse en la Edad Media. Se utilizaba para dar mayor intensidad de volumen y perspectiva al cuadro. Anteriormente, los pintores no lograban representar exitosamente la tercera dimensión en sus obras.